dissabte, 2 d’octubre del 2010

HISTORIAS DE (IN)COHERENCIA

LA VANGUARDIA 02/10/2010

FRAGMENTOS

Texto Luis Muiño

Sí, es cierto: todos somos, por ejemplo, algo hipócritas a la hora de ocultar ciertos sentimientos xenófobos. Pero también es verdad que hay una honestidad antirracista en muchos de nuestros sentimientos y actos. La coherencia pura no existe: como decía Groucho Marx, "sólo hay una forma...

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sociedad, parecen incapaces de mantener su propia escala de valores en cuanto sus amigos condicionan sus conductas. Una joven que quiere seguir estudiando porque cree que eso le da acceso a una vida más estimulante puede echar por la borda un examen importante si sus amigas le hacen chantaje emocional para que vaya a un concierto el día anterior. Y un chaval de ideología no sexista se puede comportar como un brutal macho alfa de la manada en cuanto está delante de sus amigotes.En esa edad, decir no ante la presión grupal y decepcionar las expectativas de los amigos es muy difícil. Y lo mismo sucede al estar enamorado: la pareja se convierte en una especie de secta de dos que hace olvidar cualquier promesa o ideología previa.

La presión del medio no es un fenómeno que incida únicamente en la adolescencia. Podemos encontrar ejemplos de incongruencia debidos a la influencia externa en cualquiera de las etapas del ser humano. Si las cuestiones económicas, el "qué dirán" o la necesidad de cariño se oponen a nuestras ideas morales, estas se tambalean. Sólo podemos estar seguros de ser coherentes cuando el medio que nos rodea no pone obstáculos a nuestras actitudes. Por eso, para mantener firme nuestra escala de valores es importante un cierto alejamiento emocional...

...con ciertos hechos en particular. Por eso, si buscamos actitudes que realmente serán llevadas a la práctica con coherencia, no debemos preguntar a los demás (ni a nosotros mismos) por opiniones generales, sino que más bien tenemos que tratar de interrogar...

con nosotros mismos tenemos que conectar con nuestras opiniones y desconectar de las expectativas de los que nos rodean. El segundo factor que analizan los estudios es la pertinencia de la ideología en la conducta concreta. Una de las razones por las que los demás nos parecen hipócritas es porque creemos que determinados actos suyos contradicen su escala de valores. Pero a ellos les parece que no es así: nos responderán que sus ideas no tienen nada que ver con esa conducta en particular. Gracias a este fenómeno, los seres humanos profesamos actitudes generales que chocan contra nuestras conductas: nos deshacemos en loas hacia la necesidad de comunicación en pareja al día siguiente de haber discutido a gritos con la nuestra, nos mostramos en contra del asesinato mientras este no lo cometa el ejército de nuestro país o recomendamos a nuestros hijos que se alimenten de forma sana y no beban aunque nosotros vengamos de una orgía gastronómica con los amigos.Nos exculpamos pensando que nuestra ideología global no tiene nada que ver con ciertos hechos en particular. Por eso, si buscamos actitudes que realmente serán llevadas a la práctica con coherencia, no debemos preguntar a los demás (ni a nosotros mismos) por opiniones generales, sino que más bien tenemos que tratar de interrogar sobre situaciones concretas. Las actitudes abstractas no significan nada porque, como reza el viejo adagio popular, "es más fácil amar a la humanidad que al vecino". Es inútil preguntar a alguien si se acostaría con una persona por dinero: lo que tenemos que hacer para averiguar aunque no gane).Aunque nos guste mucho charlar de principios generales, la verdadera forma de pensar sólo se manifiesta en circunstancias concretas. Por último, hay otra variable que es decisiva a la hora de pronosticar si la persona se comportará de forma hipócrita o si lo hará siguiendo su escala de valores: que sea consciente de su actitud. Si alguien ha defendido una determinada forma de actuar ante terceros o si otras personas le recuerdan su forma de pensar, es más fácil que haya coherencia entre lo que ese individuo opina y lo que hace cuando llega la hora de la verdad.Comprometerse públicamente con nuestras posturas aumenta la probabilidad de ser honestos con nosotros mismos. El mecanismo funciona exactamente igual que una vacuna: si una persona se ha visto obligada a defender sus ideas de forma moderada, es más fácil que resista después cuando la presión es más fuerte.Hay investigaciones que demuestran, por ejemplo, que las personas que han rechazado algún mensaje que amenazaba la integridad de sus creencias intensifican realmente su compromiso personal con estas y rechazan con más facilidad los intentos de persuasión. Dehecho, una de las teorías más conocidas sobre la coherencia humana se basa en ese factor. Se trata de los estudios sobre influencia de las minorías realizados por el psicólogo social Serge Moscovici. Parte de una idea: podemos encontrar cientos de ejemplos de hipocresía como los mencionados en este artículo, pero es igual de fácil encontrar ejemplos de honestidad ideológica. Millones de personas han sufrido por sus ideas y han seguido profesándolas a pesar de las presiones externas. Científicos (desde Giordano Bruno hasta Darwin), reformadores políticos (como Martin Luther King o Ghandi) o artistas a los que se ha intentado hacer cambiar de opinión por la fuerza se han mantenido, sin embargo, firmes en sus convicciones. Según Moscovici, parte de su fuerza reside en que, al ser miembros de una minoría y fuente de polémica, se han visto obligados a pronunciarse públicamente sobre sus opiniones en numerosas ocasiones.Y esto acaba convirtiéndose en su principal arma a la hora de mantener la coherencia. Su confianza en sí mismos se trasmite a los que les rodean y, poco a poco, su posición deja de ser minoritaria. Por eso no es sorprendente comprobar que la historia de la humanidad es la crónica del poder de personas que han actuado con coherencia ideológica hasta cambiar el mundo.Movimientos minoritarios como las sufragistas y los ilustrados franceses o personajes individuales como los citados nos demuestran que un pequeño grupo, aun siendo rechazado al principio, puede llegar a cambiar la forma de pensar de la mayoría de la población. En el ser humano coexisten la hipocresía y la honestidad intelectual y es necesario que sea así. La buena noticia es que la segunda tiene mayor poder de transformación social. Traicionamos a menudo nuestros ideales, pero los momentos en que mantenemos nuestra coherencia ideológica tienen más fuerza y acaban influyendo de forma decisiva en las personas que tenemos alrededor.