dimarts, 22 de desembre del 2009

La historia cultural. Autores, obras, lugares

13 de agosto de 2005 - ABCD, número: 706

Fuente: http://www.abc.es/abcd/noticia.asp?id=1399&sec=32&num=706





Dos historiadores contemporaneístas valencianos, Justo Serna y Anaclet Pons -autores ya de un excelente estudio sobre microhistoria-, abordan las principales corrientes historiográficas de lo que se denomina «historia cultural», un género que ha experimentado a lo largo de las últimas décadas del siglo XX una progresión espectacular, y que nada tiene que ver con la historia de la cultura, aquella disciplina que se ocupaba de las aportaciones o legados de cada uno de los países, en cada uno de los períodos convencionales, en cada una de las áreas culturales. El concepto de cultura ha cambiado mucho. Hoy el sentido sociológico de Tylor («lo adquirido por el hombre como miembro de la sociedad», que valoraba de la cultura ante todo el factor aprendizaje) o el funcionalista de Parsons («tradición transmitida y heredada, generación tras generación», que primó ante todo el factor reproducción) han dado paso a los nuevos enfoques antropológicos que la consideran como un «repertorio de códigos o de convenciones, depósito de reglas y significados, que dan un sentido a nuestra vida y nos dotan de instrumentos para resolver nuestras relaciones con el medio». Si el concepto de cultura ha cambiado, no menos ha cambiado su historia.



LA HISTORIA CULTURAL.
Autores, obras, lugares

Anaclet pons y Justo Serna
Akal. Madrid, 2005
224 páginas, 17 euros

Territorio inmenso. Aquella historia de las ideas con todos sus tics elitistas, aquella historia social de la cultura de Arnold Hauser con toda su estela de mecanicismos simplistas, aquella historia de las mentalidades, tan francesa, tan fascinada por el inconsciente colectivo... han dado paso a una disciplina que se caracteriza por un territorio inmenso en el que interesa todo lo humano; que busca descifrar la inmensa trama de significaciones que el propio hombre teje, tanto al nivel de prácticas sociales como de símbolos referenciales; que prioriza sobre los contenidos (los mensajes) los cauces de expresión (los media); que busca nuevas formas narrativas y nuevos métodos (inducción, microscopio frente al telescopio estructuralista, papel del caso individual, acento en la cultura popular), enarbolando conceptos neoliberales como el de estrategia y un trasfondo subjetivista y relativista que subraya el presunto constructivismo escénico o mediático de la realidad en función de unos intereses (representación, invención...).

Serna y Pons se adentran en la trastienda productiva de la historia cultural que se ha hecho en las últimas décadas a través de la penetración en las biografías intelectuales y las obras de sus más ilustres representantes. Por orden de edad, los grandes protagonistas del libro son Natalie Z. Davis (nacida en 1928), Burke (nacido en 1937), Darton y Ginzburg (nacidos en 1939) y el delfín del grupo y su mejor teorizador, Chartier (nacido en 1945). Los autores del libro insertan a los citados historiadores en un «colegio invisible» del que se desbrozan las presuntas constantes que le caracterizan: desde el sufrimiento directo del nazismo en algunos casos (a través de los padres de Darton y Ginzburg) a las herencias intelectuales (el marxismo de Hobsbawn o Thompson; la asunción de conceptos como el de «codificación» de Eco o el de comunidad interpretativa de Fish; el aporte de antropólogos como K. Thomas o C. Geertz, la influencia de la primera generación de Annales de Bloch y Febvre y de la tercera de Le Goff, los aportes estructuralistas y la fascinación por la posmodernidad y el deconstruccionismo). El conocimiento de la obra de los historiadores-protagonistas del libro y de la red de relaciones que los conecta (París y Princeton son los dos grandes núcleos referenciales) es impresionante y el discurso expositivo enormemente claro y trasparente en un territorio ciertamente opaco, como demuestran anteriores estudios de síntesis sobre historia cultural como los de Lynn Hunt (Berkeley, 1989) o el más reciente de Rioux y Sirinelli (Taurus, 1999). El viaje,así lo conciben los autores, por la historia cultural de Serna y Pons es apasionante y, aunque no permitirá descubrir un mundo nuevo a los historiadores españoles, sí brindará a los iniciados y no iniciados en este género la oportunidad de encontrar una lógica historiográfica común a los libros de Ginzburg sobre el molinero Menocchio, de Davis sobre el impostor Martin Gere o de Darton sobre La matanza de gatos que quizás habíamos leído sin la conciencia clara de intercomunicación que existe entre ellos.


Silencios. La fascinación que el libro de Serna y Pons provoca entre sus lectores-compañeros de viaje no puede hacernos olvidar algunos silencios que constatamos en el mismo. En primer lugar, el de algunos autores que han tenido peso representativo directo o indirecto en la historia cultural que consumimos. No sólo los que, en sutil autocrítica, mencionan los atores al final del libro (pág. 20). Me refiero a historiadores como Daniel Roche o Giovanni Levi, silenciados incomprensiblemente en el libro. También cuesta entender por qué no se hacen  eco de la incidencia que esta historia cultural ha tenido y tiene en nuestro país. La influencia de Chartier es inconmensurable entre nosotros. ¿Por qué no se hace ni una sola alusión a Bouza y los historiadores de la lectura en España? Por último, me hubiera gustado mayor profundización en el debate reciente que la historia cultural suscita hoy, más allá del significativo frenazo de Stone, la crítica de Momigliano a White y hasta la evolución del propio Ginzburg. El capítulo «géneros confusos» me ha parecido la huida de un compromiso definitorio al respecto, demasiado fácil. ¿Miedo a ser tildados de antiguos ante el patente monopolio de la modernidad que encarna hoy la historia cultural? Demasiadas timideces a la hora de abordar la valoración de los límites de la historia cultural en un libro que, en cualquier caso, explica magistralmente la arqueología de un género historiográfico de tanto éxito actualmente como es la historia cultural.


Ricardo García Cárcel