dimarts, 22 de desembre del 2009

LA HIDRA DE LA REVOLUCIÓN. MARINEROS, ESCLAVOS Y CAMPESINOS EN LA HISTORIA OCULTA DEL ATLÁNTICO

07 de mayo de 2005 - ABCD, número: 692

He aquí un libro que al lector avezado en la historiografía de vanguardia le resultará atractivo, si bien no por ninguna de las razones que pudieran derivarse de su título o del debate desatado entre los partidarios y los detractores de su tesis. Lo de «revolución» e «historia oculta» enseguida se descubre que no lo ha sido tanto,

LA HIDRA DE LA REVOLUCIÓN. MARINEROS, ESCLAVOS Y CAMPESINOS EN LA HISTORIA OCULTA DEL ATLÁNTICO
Peter Linebaugh y Marcus Rediker. Trad de Mercedes García Garmilla
Crítica. Barcelona, 2004
479 Pág. 26,95 Eur
aunque podemos conceder la licencia a los autores (o a los responsables de la traducción) de haber conjeturado un llamativo reclamo editorial. Y para quien esté al día ?aunque sea mediante las excelentes síntesis que produce el mercado anglosajón? de la copiosa y reñida literatura sobre el llamado «primer imperio» británico (1600-1783), poco de novedoso contendrá el relato de los sucesivos movimientos de protesta de los no privilegiados que sacudieron las dos orillas del Atlántico inglés en este tiempo: agricultores desposeídos de sus tierras comunales, marineros enrolados a la fuerza y esclavos africanos explotados en América.

La introducción de Josep Fontana en la que da cuenta de cómo los autores han sido blanco de críticas por parte de los historiadores antimarxistas y la defensa que lleva a cabo de un libro que califica de «perturbador» porque trata del precio que ha pagado la humanidad por globalizarse, aleja, a mi entender, lo que debería figurar en el centro de la reflexión: el uso del método comparativo por parte de la llamada Historia Atlántica (género al que pertenece la obra) en detrimento de la historia nacional. Casi nada se nos dice de esto, limitando el mensaje de un libro de esencia comparatista a la supuesta demostración (por lo demás, no siempre convincente) de que en la primera expansión británica existió un flujo «revolucionario» en cadena (la hidra, según la imagen con la que los privilegiados estigmatizaron a sus oponentes) sostenido por una clase multiétnica sólo entendible desde los contactos circulares entre sus agentes. De haber sido así, los historiadores podríamos resolver cuestiones que siguen pidiendo respuestas algo más elaboradas. Lo de menos es el andamiaje conceptual de los autores, responsable de afirmaciones anacrónicas contestadas por la investigación de otros colegas; lo de más resulta del matrimonio forzado entre el género dúctil de la Historia Atlántica y un materialismo rígido inmisericorde para con su propia suerte.

Rafael Valladares