dimarts, 14 d’octubre del 2008

Esparta: una sociedad de guerreros (en Historia National Geographic)

En Muy Interesante:

Esparta, envidia del Mediterráneo PDF



Esparta, envidia del MediterráneoVivían sometidos a las leyes más férreas y consiguieron ser guerreros invencibles. De moral muy desinhibida, los espartanos eran la envidia de su tiempo.
Laconia es la región más sureña de la Grecia continental. La recorre el río Eurotas, cuya llanura fluvial, muy fértil, se halla limitada al este y al oeste por sendas cadenas montañosas que actúan como defensas naturales. Hasta allí llegaron, hará unos 3.000 años, las invasiones de los dorios, que unificaron cuatro aldeas de nativos para fundar la nueva ciudad –polis, en griego– de Esparta o, como preferían llamarla sus habitantes, Lacedemón.

Antes del siglo VI a. de C. fue refundada, convirtiéndose en una peculiarísima ciudad-estado que pasó a la Historia.

Instituciones
Todas las leyes y la Constitución características de Esparta se atribuyen a Licurgo, aunque de su persona se sabe más bien poco. Unos dicen que viajó por todo el mundo conocido en su tiempo estudiando y comparando las leyes de distintos pueblos. Otros afirman que se inspiró en la vida de las abejas para componer sus leyes. Lo que está claro es que llevó a cabo una revolución legislativa en su ciudad, dándole un régimen diferente a todas las demás.

Tierra y política. Dividió la tierra en lotes iguales, capaces de producir mucho más de lo necesario para sustentar a una persona, y los repartió equitativamente entre los ciudadanos. Luego instauró un sistema político profundamente demócrata cuya norma fundamental, la llamada Gran Retra, era: “Que el pueblo tome las decisiones. Pero si se equivoca, rechácenlas los ancianos y los reyes”. Se hablaba de “los reyes”, en plural, porque una de las peculiaridades espartanas era que reinaban dos reyes simultáneamente, con lo que ninguno de ellos era monarca. Además, había un Senado o Consejo de Ancianos, compuesto por individuos respetados que formaban una especie de aristocracia popular. La manera de elegirlos tenía el encanto de los usos democráticos primitivos. Un grupo de jueces se encerraba en una especie de caseta sin ventanas, y el pueblo se congregaba a su alrededor. Los candidatos se iban presentando ante la asamblea popular aleatoriamente. El pueblo los aclamaba sin mencionar sus nombres. Los jueces, desde su encierro, debían decidir cuál había sido el más aclamado, y ése era el elegido.

Dinero. Una de las mejores aportaciones de Licurgo fue la invalidación fáctica del dinero. Las monedas espartanas eran de hierro, pero ni siquiera valían su peso en hierro, porque se las templaba con vinagre para que el metal no pudiera reutilizarse. Además, eran tan grandes y pesadas que para transportar mil dracmas hacía falta una yunta de bueyes. Con ello se perseguían varios fines a la vez: anular la codicia –o, al menos, ponerla en evidencia, ya que un hombre rico necesitaba un granero para guardar su fortuna– dificultar los robos y mantener un sistema autárquico sin contacto con el mercado exterior. Además, era una forma de impedir el asentamiento en Esparta de extranjeros codiciosos, a quienes se veía con enorme recelo.

Fidicia. Otra de las instituciones de Licurgo fue la comida en público. Todos los hombres estaban obligados a pertenecer a una especie de sociedad gastronómica formada por 15 miembros, a la que aportaban en especie lo necesario cada mes: harina, vino, queso, higos y algo de dinero para carne. El plato imprescindible era su célebre “sopa negra” hecha de sangre, vino y vísceras de cerdo. Estos clubes tenían un nombre –fidicia– que significa ahorro, aunque la palabra también evocaba el concepto de amistad. Eran una vía para mantener la cohesión y la convivencia, así como una escuela para los más jóvenes. Además, servían de control para mantener a raya la gula, un vicio detestado en Esparta, y la obesidad, también mal vista. A pesar de la rigidez de sus leyes, Licurgo no debió ser un hombre severo. Fue él quien introdujo la estatua de La Risa, que presidía las fidicia.

Moral sexual. Los espartanos practicaban una moral sexual tan asombrosa para sus contemporáneos como lo sigue siendo para nosotros hoy en día. Allí no había prejuicios ni escándalos. Las jóvenes se exhibían desnudas ante los muchachos. La mayoría de los ciudadanos eran bisexuales porque, si bien la homosexualidad era normal, el matrimonio era obligatorio. A los que no se casaban se les escarnecía públicamente haciéndoles dar vueltas a la plaza por no dar hijos a la patria. Las nociones de celos o adulterio eran extrañas a una sociedad en la que no estaba mal visto que ambos cónyuges mantuvieran otras relaciones, e incluso convivieran con sus maridos y sus amantes en el mismo hogar.

Milicia
Esparta, envidia del MediterráneoLa manera de luchar de los espartanos era legendaria. Los reinos extranjeros que querían invadir Grecia buscaban antes una alianza militar con Esparta y colmaban a los espartanos de regalos. En cambio, el mejor presente que Esparta podía hacer a las otras ciudades griegas era un general.

Los hoplitas. Espartiatas eran los 300 hombres que contuvieron al formidable ejército persa en el desfiladero de las Termópilas y también los que, junto a los atenienses, los volvieron a derrotar en Platea. Entrenados desde la infancia para soportar el dolor, agitados por un impulso patriótico ferviente y ávidos estudiosos de la estrategia, los espartiatas mantuvieron la preponderancia en Grecia durante el siglo V a. de C. Ello fue consecuencia del desarrollo de su técnica militar, y en especial de una nueva forma de ataque que consistía en el empuje frontal de una masa de guerreros dotados de armaduras pesadas, los hoplitas. Pero estos éxitos ahogaron a su sociedad en un militarismo ciego que anuló todas sus otras capacidades, hasta el punto de que la actividad cultural cesó.

Totalitarios. En este militarismo y en otros aspectos –su xenofobia y su obediencia ciega a la autoridad, por ejemplo– los fundamentos de la vieja ciudad helena concuerdan con las bases políticas de los totalitarismos del siglo pasado. Aunque Esparta nunca soportó tiranos, tanto Hitler como Mussolini y Stalin hablaban con admiración de ella, a pesar de que ninguno de los tres hubiera hecho allí una carrera muy brillante.

Laconismo. Les habría faltado una conducta meritoria que exhibir y les habrían sobrado todos sus recursos oratorios, porque los espartanos odiaban los discursos. De hecho fue para referirse a ellos para lo que nació el concepto de laconismo.

La mujer
No tiene nada de extraño que lo que más llamara la atención de los otros helenos que a menudo visitaban Esparta fuera la conducta de las mujeres y su estatus de igualdad con los varones.

Deportistas. Ellas también se ejercitaban en los juegos deportivos, como los chicos, y era famosa la esbeltez y fortaleza de sus cuerpos, que facilitaba además su papel de madres. Peleaban completamente desnudas ante los muchachos y hubo en Esparta muchas atletas famosas que se lamentaban de no poder participar en los Juegos Olímpicos con los hombres.

Administradoras. Como el Estado se hacía cargo de los hijos, y los maridos pasaban largas temporadas guerreando, disfrutaban de mucho tiempo libre para entretenerse y organizarse. Eran ellas las que manejaban la hacienda, la administraban y llevaban las riendas del hogar. Estaban tan poco supeditadas al varón que una extranjera llegó a preguntar a la mujer del famoso Leónidas de las Termópilas por qué, entre todas las mujeres, sólo las espartanas dominaban a sus hombres. A lo que la otra mujer respondió: “Será porque sólo nosotras parimos verdaderos hombres”.

Amantes. Ellas no se casaban de acuerdo a la voluntad de sus padres, sino a la suya propia y no lo hacían, como se acostumbraba en otras partes, a los 14 o 15 años, sino a los 20. Se dejaban raptar por el hombre que escogían y, después de eso, las relaciones entre ellos se alargaban una temporada durante la cual cada uno vivía en su casa. Los encuentros eran secretos, breves y en completa oscuridad, sin mediar tiempo de convivencia, para mantener sus cuerpos “recientes en el amor, por dejar siempre en ambos la llama del deseo y de la complacencia”, como escribió Plutarco. A veces, esa relación duraba tanto que había hombres que eran padres sin haber visto jamás a su mujer a la luz del sol. No se les exigía dote y la ley reconocía su igualdad hasta el punto de que les estaba permitido legalmente tener amantes. Una mujer joven casada con un hombre mayor podía llevar a su casa a un amante joven si lo deseaba. Un hombre mayor enamorado de una mujer casada podía obtener, si ella lo aceptaba, el permiso de su marido para visitarla con una asiduidad convenida.

Voz y voto. Las mujeres tenían voz en las asambleas políticas y podían recibir la herencia de sus padres cuando ellos morían, de modo que había en Esparta muchas damas acomodadas que vivían su vida con plena libertad y total desinhibición.

Sociedad
Aunque todos los ciudadanos de Esparta eran iguales ante la ley, no todos los habitantes eran ciudadanos. La mayor parte eran periecos –hombres libres, pero sin derechos– o ilotas –esclavos–. Ambos vivían para garantizar la subsistencia y libre disponibilidad de los espartiatas, que jamás se manchaban las manos con otra cosa que no fuera sangre, vino o la resina de las palestras. Vivían para atender las necesidades del Estado en lo relativo a la milicia, la administración y sobre todo la educación.

Educación. La base de Esparta residía en la educación. En realidad, toda la filosofía de Licurgo descansaba en la idea de que, cuanto mejor fuera cada ciudadano, mejor y más fuerte sería el Estado. Y el concepto de ser mejor se confundía para Licurgo con el de ser más fuerte y necesitar menos. Se cuenta que una vez le preguntaron cómo podría Esparta librarse para siempre de sus enemigos y contestó: “siendo pobres y no deseando tener más poder que el otro.

Infancia dura. Licurgo pedía mucho de sus conciudadanos, así que no resultaba fácil ser un buen espartiata. Se examinaba con cuidado a los recién nacidos, y si las criaturas no eran normales se las abandonaba o despeñaba desde el monte Taigeto. Los niños declarados sanos vivían hasta los siete años con los padres.

Luego, el Estado se hacía cargo de los varones. Ponían especial esfuerzo en liberarles de los miedos infantiles, la oscuridad, la soledad y las supersticiones, así que las amas de cría espartanas eran muy valoradas en toda Grecia.

Pruebas constantes. A los muchachos les hacían pasar progresivamente por una serie de pruebas y sufrimientos que tenían el propósito de endurecerlos. A veces, los educadores promovían peleas entre ellos con el fin de estudiar sus cualidades y su valor individual. Les hacían pasar hambre y frío, correr descalzos por lugares pedregosos y dormir sobre cañas que ellos mismos cortaban con las manos. Aprendían a hablar poco y a decir las cosas de la manera más exacta y con el menor número de palabras posible. Se les exigía obediencia ciega. Los castigos iban desde morderles el pulgar a darles latigazos. Les estaba permitido robar comida, pero si les cogían eran castigados. No por haber robado, sino por haberse dejado coger. En cuanto a su instrucción como hoy la entendemos, aprendían a leer y escribir, pero poco más. Se les veía por todas partes desnutridos, pero ágiles y vivos como nadie. A los 18 años mejoraban de estado, pero continuaban viviendo en régimen cuartelero hasta los 30.

Patriotas. Para dar una imagen del sentimiento patriótico que se les inculcaba, sirva la anécdota de aquel espartano que, en lugar de sentirse humillado por no haber sido escogido entre los 300 mejores ciudadanos, como él pretendía, regresó de la elección muy contento de que hubiese en la ciudad 300 mejores que él. En cuanto a su régimen de libertad, además de la obligación de casarse, a los ciudadanos les estaba prohibido viajar al extranjero, y debían obedecer una serie de leyes suntuarias que les impedían poseer oro o plata. Pero si se arruinaban hasta el punto de no poder contribuir a las comidas en común, se les retiraba la ciudadanía.

Fama y muerte. Los espartanos nunca fueron muchos. Cuando más, unos 20.000, así que se conocían todos entre sí y la fama era muy importante para ellos. Los pocos que llegaban a los 60 años solían ser individuos famosos y respetados. Vivían cómodamente el resto de sus vidas y cuando morían el Estado les hacía grandes funerales, el mismo Estado que había dirigido y forzado cada paso de su vida. Pero los entierros de la gente corriente eran mucho más sencillos: los amortajaban con un paño encarnado, añadían unas ramas de olivo y los sepultaban discretamente. Por ley, los duelos sólo podían durar doce días.

En cuanto a la religión, la espartana era ritual, oficialista, y dedicada a reconocer a los dioses como aquellos que les dieron, a través del “profeta” Licurgo, sus preciosas leyes.




En Historia National Geographic, NÚMERO 5, PÁGINA 54

Frente a la inquieta Atenas, Esparta fue en la antigua Grecia un remanso de orden y de virtudes guerreras. O al menos así lo quiso la leyenda, que idealizó su modo de vida.

Frente a la refinada y opulenta Atenas, Esparta ofreció un modelo alternativo de vida que históricamente ha ejercido una atracción especial. En la antigüedad, al ateniense Platón se inspiró en la ciudad del Peloponeso para elaborar su utopía política, y más tarde, Rousseau preconizó decididamente el ideal espartano como la más auténtica forma de república libre. Lo cierto es que Esparta constituyó una sociedad de gran originalidad. Desde la conquista de la ciudad por un pueblo dorio, Esparta se convirtió en centro del Estado más extenso territorialmente y más poderoso en lo militar de toda Grecia.

Su constitución quedó fijada por Licurgo, el gran legislador de principios del siglo VII. En ella se imponía un estricto régimen de segregación social.

Por una parte, estaban las clases subordinadas: los hilotas, prácticamente esclavos; y los periecos, que residían en los alrededores de Esparta y poseían algunos derechos. Los únicos ciudadanos de pleno derecho eran los llamados "iguales", en su origen no más de nueve mil hombres. Como el término indica, entre ellos reinaba un sistema de absoluta igualdad basado en un respecto estricto a las leyes.


El objetivo del sistema social espartano era producir una elite de guerreros dispuestos a entregar su vida en defensa de la patria, y lo cierto es que en este punto el éxito fue completo.

Los soldados espartanos destacaron como los mejores hoplitas (infantes) de toda Grecia, y sus intervenciones han quedado grabadas en la historia en batallas como la de las Termópilas o de Platea, hasta la última gran guerra de Esparta, que terminó con la derrota de Leuctra. Esta excelencia en la guerra se lograba gracias a una educación severa, basada en la gimnasia pero también en las artes, especialmente la música.

La vida de los espartanos tenía un carácter comunitario muy marcado, reflejado en costumbres como la de las comidas en común o syssitia. Como escribía Plutarco, los espartanos vivían como en un campamento, "convencidos de que no se pertenecían a sí mismos sino a la patria".